Enfrentó a Hipólito Yrigoyen y luego reconoció su aporte a la democracia. En 1973 fue vicepresidente del 25 de mayo al 13 de julio, cuando presentó la renuncia primero que Cámpora para precipitar los acontecimientos y devolver a la primera magistratura a Perón.

 Vicente Solano Lima fue un exponente -tal vez el último de su tiempo- de la militancia política generosa, esa misión sublime que ofrece sus servicios al poder sin depender del éxito circunstancial e inmediato, y sin esperar una retribución pecuniaria a los solos efectos de satisfacer la codicia. 

No fue un hombre de hegemonías ni de construcciones utópicas. Actuaba de acuerdo a los dictados de la realidad que jamás negó ni disfrazó en forma de relato. Enfrentó a Hipólito Yrigoyen y luego reconoció su aporte a la democracia, es decir, la inclusión de millones de compatriotas que veían en el caudillo radical la salida a sus penurias civiles y sociales. 

Cuando las circunstancias azarosas del 73 lo llevaron a la vicepresidencia de la Nación y a los planos decisorios de la institucionalidad, demostró que sabía retribuir con lealtad a la confianza de Perón. Por eso, el 20 de junio de 1973 le salvó la vida ordenando que el avión que lo trajo definitivamente a la patria aterrizara en la base aérea de Morón y no en Ezeiza, donde tronaba la soberbia montonera. También el 13 de julio de aquel año presentó la renuncia primero que Cámpora para precipitar los acontecimientos y devolver a la primera magistratura al General del pueblo de la mano de una avalancha inigualable de votos. 

Estuvo al lado de Perón porque Perón lo quería, como secretario general de la Presidencia y rector de la Universidad Nacional y Popular hasta el deceso del Líder. Después, durante la dictadura cívico-militar, no se cansó de batallar por el retorno de la democracia y por la superación de cualquier forma de violencia.