03/09/1971 - Devuelven a Perón el cuerpo de Evita

Tras el golpe militar de 1955, no se supo más del cuerpo de Eva Perón, que había fallecido el 26 de julio de 1952. Mucho después se sabría que había ido a parar al Cementerio de Milán, y entonces el mismo le fue entregado a su esposo.

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Eva Duarte de Perón murió el 26 de julio de 1952; a las 20,25 hs. Nacía uno de los mitos –sino el mayor de todos- más grandes de los argentinos. Casi dos millones de personas desfilarían desafiando la inclemencias del tiempo frente a su féretro para despedirla con lágrimas en los ojos.

Apenas fallecida, su cuerpo fue entregado a las manos del patólogo español Dr. Pedro Ara, quien embalsamó el cadáver. El cuerpo, depositado en la CGT, se mantuvo intacto y con la piel con un aspecto casi transparente, con su pelo rubio, aparentaba una mujer en plácido sueño.

El General Juan Domingo Perón fue derrocado por un golpe militar en setiembre de 1955. Durante los años siguientes nunca más se supo de ese cuerpo que salió subrepticiamente del país con la complicidad de la Iglesia Católica, entre el 15 y el 16 de noviembre.

El peronismo proscripto y en la clandestinidad se movilizó ante el robo del cuerpo de Eva Perón. Buenos Aires comenzó a leer en las paredes el reclamo de los obreros. El gobierno militar se preocupó y echó a correr el rumor de que había sido el propio Perón el autor de la desaparición del mítico cadáver.

Mucho después se sabría que el cuerpo de Eva Perón había ido a parar al Cementerio de Milán, con conocimiento del Vaticano y sepultado bajo el nombre falso de “María Maggi de Magistis”; en los registros una viuda italiana emigrada a la Argentina.

El Embajador argentino en España, Brigadier Rojas Silveyra, y el salteño Coronel Cabanillas fueron los encargados de devolver el cuerpo de Evita a su esposo en su residencia de Puerta de Hierro, en Madrid, el 3 de setiembre de 1971. Se cuenta que al abrirlo para constatar que se trataba efectivamente de su mujer, Perón le comentó a su acompañante: “Vea, yo he sido feliz con esta mujer”, y rompió en llanto. Y volviéndose sobre el cuerpo al comprobar todas las mutilaciones que presentaba, Perón dejó con desprecio: “¡Qué atorrantes!”. Nunca dijo nada sobre lo que vio que habían hecho con su mujer.