En la Ruta 9, cinco cooperativistas fueron asesinados por agentes del Comando Radioeléctrico de Córdoba. El hecho, encubierto como un enfrentamiento, buscaba desestabilizar al gobierno provincial de Obregón Cano.
Cinco cooperativistas viajaban en un Ford Falcón color borravino desde Armstrong, Santa Fe, hacia Colonia Caroya. Su propósito era conocer un supermercado que planeaban replicar. El 23 de enero de 1974, en el kilómetro 674 de la Ruta 9, cerca de Río Segundo, agentes del Comando Radioeléctrico de Córdoba les dispararon y, tras acercarse al vehículo, los remataron. Según la versión oficial, los policías aguardaban a agentes de la Policía Federal que también circulaban en un Ford Falcón, pero de color rojo, y se habían demorado tras detenerse a comer.
Las víctimas eran Víctor Cantoia (gerente de la Cooperativa Agrícola Ganadera de Armstrong Ltda.), Aldo Alberto Viotto (jefe de Contaduría), Ernesto Pascucci (jefe de la sección Almacén), Roberto Blanch (jefe de la sección Tienda) y Odorico Montorfano (supervisor contable de F.A.C.A. Rosario). Excepto Montorfano, oriundo de Rosario, los demás eran de Armstrong. Testigos relataron que las víctimas llegaron a gritar: “¡No tiren! ¡No tiren!”, incluso mencionando sus nombres. Sin embargo, al darse cuenta de que no eran los policías que esperaban, los atacantes les plantaron armas y simularon un enfrentamiento. Aunque se vivía en democracia, esta metodología sería luego emulada por el terrorismo de Estado.
Malcon Perucca, nieto de Montorfano, creció ignorando que su abuelo había sido víctima del terrorismo de Estado. Su familia siempre habló de un accidente de tránsito. Años más tarde, descubrió que el nombre de su abuelo figuraba en el Parque de la Memoria de Buenos Aires y en el Museo de la Memoria de Rosario. Tras estudiar abogacía y asistir a juicios por delitos de lesa humanidad, fue reconstruyendo el contexto de aquella masacre, que está convencido no fue un error.
En aquel entonces, se buscaba desestabilizar al gobernador de Córdoba, Dr. Obregón Cano, líder del Cordobazo en 1969, y a su vicegobernador, Atilio López. El 23 de enero de 1974, el Comando Radioeléctrico de Córdoba, bajo las órdenes del comisario Cornejo, planeó un operativo para eliminar a cinco agentes de la Policía Federal que, según información recibida, pasarían en un Ford Falcón rojo por el kilómetro 674 de la Ruta 9. Al divisar un auto similar, abrieron fuego, hiriendo al conductor y provocando que el vehículo, donde viajaban los cooperativistas, terminara en la banquina.
Para justificar el fusilamiento, la policía provincial presentó a las víctimas como “extremistas peligrosos”. Sin embargo, sus documentos y pertenencias no aparecieron en el lugar, salvo algunos restos encontrados cerca de la escena. Este incidente fue un antecedente del “Navarrazo”, el golpe de Estado provincial del 27 de febrero del mismo año, liderado por el jefe de policía Antonio Navarro. Este movimiento marcó el avance de la derecha peronista y se replicó en otras provincias.
Hubo un juicio contra los 19 policías implicados, pero Perucca lo describe como una farsa: la sentencia calificó la masacre como un “exceso policial en cumplimiento del deber”, y la justicia nunca llegó.
Perucca prefiere centrarse en el proceso de memoria, verdad y justicia más que en su historia familiar. «Lo que no se recuerda, no se elabora y, por ende, se repite. La maquinaria del olvido opera de forma sistemática y voraz, lo que exige un esfuerzo constante por mantener viva la memoria. Somos lo que narramos. Contar la historia es un acto de memoria que nos permite construir identidades para imaginar sociedades más justas y democráticas. Como dice María Teresa Andruetto, debemos narrarnos constantemente», escribió en el diario Redacción Rosario el año pasado, en un nuevo aniversario de la masacre.
Un documental titulado Km 674: Voltear a Obregón, dirigido por Jorge Fenoglio y con guion de Claudia Grzincich, explora este hecho olvidado. La obra recorre el contexto político y social que enfrentaban los gobiernos provinciales afines a la denominada “tendencia revolucionaria”.
«Con el tiempo sentí una necesidad creciente de investigar quién fue mi abuelo y qué significó aquella masacre, lo que me llevó a reflexionar sobre las consignas de memoria, verdad y justicia», relata Perucca. Aunque su abuelo no tenía militancia política, estaba comprometido con el movimiento cooperativo, una alternativa que desafiaba el modelo jerárquico y violento impuesto por el régimen dictatorial. Para él, la falta de justicia perpetúa el crimen en el presente. «Las consecuencias aún persisten. La lucha por memoria, verdad y justicia continúa», concluye.